
Manuel José Morales Peralta nació en casa de sus abuelos, en el barrio San Sebastián de Managua, el 17 de diciembre de 1939. Sus padres, Dionisio Morales Cruz y Salvadora Peralta, decidieron trasladarlo a Juigalpa, Chontales, de donde eran originarios. Sin embargo, cuando él tenía siete años, regresaron con él a la capital.
Desde muy joven fue robusto, y sus movimientos al hablar y caminar eran pausados y tranquilos. Años más tarde, sus amigos lo apodarían “El Gordo Bueno”.
Cursó la primaria y la secundaria en el Instituto Pedagógico de Managua, donde se destacó como presidente de la Academia Literaria. Este cargo le permitió vincularse con los círculos intelectuales del país. Ya en esos años se evidenciaban en él una inteligencia aguda y un carácter severo y correcto, cualidades que más tarde lo distinguirían como dirigente estudiantil.
En 1958, un año después de bachillerarse, ingresó a la carrera de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-León). El momento no pudo ser más oportuno: la UNAN atravesaba entonces una transformación ideológica hacia una apertura más humanista, impulsada por el rector Dr. Mariano Fiallos Gil, quien ejercía el cargo desde 1957. Prueba de ello fue el cambio del lema en latín Sic itur ad astra (“Así se llega a las estrellas”) por el más comprometido: “A la libertad por la Universidad”.
Su lucha contra los Somoza
El exministro de Justicia y exembajador en Moscú durante el Gobierno sandinista, Ernesto “Tito” Castillo, conoció a Manolo Morales en sus días de estudiante y aún guarda vivo el recuerdo de su lucha contra la dictadura.
“Cuando Somoza no asesinaba, mandaba a la cárcel a cualquiera por el delito de ‘subvertir el orden’; allí ibas a ver siempre a Manolo Morales, defendiéndolos en los tribunales”, narra “Tito”.
En una ciudad como León, celosa de sus costumbres y conservadora hasta el extremo, conseguir un lugar donde dormir era difícil. “Por eso siempre estábamos cambiando de domicilio, y fue en una de esas que me tocó compartir aposento con Manolo Morales y con el poeta Octavio Robleto”, recuerda. Con el tiempo, los tres se hicieron amigos.
En las cantinas leonesas, entre copas, Manolo y “Tito” Castillo trataban de descifrar los versos de Baudelaire, Rimbaud, Catulo y Alfonso Cortés, que el poeta chontaleño les recitaba como una lección de vida para afrontar con dignidad los amores difíciles. Mientras tanto, los anillos de bachillerato, empeñados en manos de la dueña de la cantina, aseguraban la camaradería con el propietario del local.
En las comiderías, el trato era distinto. Mientras “Tito”, Octavio y otros compañeros rogaban por una tajada extra de maduro frito, a Manolo Morales —que pesaba cerca de 300 libras— las meseras le servían un tazón de sopa y una docena de tortillas para que se mantuviera saludable. “Secretos de alcoba que solo él conocía”, comenta “Tito”.
Un conspirador nato
El poeta Luis Rocha también recuerda a “El Gordo Bueno” recorriendo los pasillos de la UNAN-León: “Fue en toda su vida un conspirador nato, siempre metido en todo lo que estuviera en contra de la dictadura de Somoza”, señala.
El 23 de julio de 1959, las calles de León, aún impregnadas del ambiente festivo por el desfile de “los pelones” —bienvenida a los alumnos de primer ingreso—, se convirtieron en el escenario de la histórica masacre que marcaría a la comunidad estudiantil en su lucha contra la dinastía sangrienta.
Al final de la tarde, un pelotón de guardias apareció en la esquina oeste del Club Social de León y lanzó bombas lacrimógenas a los estudiantes, que clamaban por una patria libre y democrática tras la captura de varios compañeros. Al buscar refugio, fueron atacados a balazos por la Guardia Nacional.

Sergio Saldaña, Mauricio Martínez, Erick Ramírez y José Rubí murieron acribillados; otros 45 estudiantes resultaron gravemente heridos.
Con el coraje e integridad que siempre lo caracterizaron, Manolo Morales, uno de los dirigentes de la marcha, emprendió una huelga de hambre —alimentándose solo de tajadas de limón tierno y agua— para lograr que los estudiantes somocistas fueran expulsados del recinto universitario.
Del aula a la calle
Tras obtener sus títulos de abogado y notario público, Manolo Morales y “Tito” Castillo compartieron las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad Centroamericana, esta vez como docentes.
“Cuando el cansancio lo vencía y se dormía en una silla, siempre había quien le buscara un rincón donde descansar, cuidando que sus ronquidos no interrumpieran las interminables jornadas de trabajo y protestas. Sin embargo, al día siguiente, ahí estaba el inmenso Manolo, como si nada, marchando en las calles de Managua y desafiando a la Guardia Somocista”, relata “Tito”.

Con los trabajadores de la Salud
El Dr. Manolo Morales no solo respaldó las luchas estudiantiles. Edgar Chávez, enfermero, recuerda con nostalgia cómo Morales les infundía coraje y unidad en la lucha contra Somoza Debayle. “Solo nos pedía unidad y repetía sin cesar: ‘¡Somoza no nos va a vencer!’”.
Chávez lo conoció en 1974, durante un paro en el Hospital Fernando Vélez Paiz. Pese a las presiones y amenazas de despido, Morales defendió a los trabajadores y logró dos conquistas importantes: un aumento salarial y el cese del cobro del “impuesto por terremoto”.
Doña María Díaz, jubilada de enfermería, recuerda: “En una ocasión quisieron sacarlo del hospital, pero les dijo: ‘Si me quieren sacar, sáquenme chineado’. Como era muy pesado, ahí lo dejaron”.
El final
El 9 de agosto de 1975, Morales estaba organizando el sindicato de trabajadores de la Salud de Ocotal cuando fue detenido por la Guardia Somocista. Horas después fue liberado y condujo de regreso a Managua, donde esa noche asistió con su esposa a la Feria del Niño.
Cerca de las dos de la madrugada comenzó a sentir un fuerte dolor en la espalda. Tras una odisea por varios centros médicos que se negaron a atenderlo —por su condición de opositor a la dictadura somocista y por trámites burocráticos—, llegó hasta el portón del Hospital Oriental, donde finalmente murió sin recibir atención médica, víctima de un tercer infarto fulminante, a las 4:30 de la mañana del 10 de agosto de 1975. Tenía apenas 35 años.
Ese mismo día, miles de managuas salieron a las calles para recibir a “Minguito” en su regreso a Las Sierritas.
En honor a su legado, el entonces Hospital Oriental lleva hoy el nombre de Hospital Manolo Morales.