
Filemón Rivera Quintero nació en Estelí el 10 de abril de 1942. Su padre fue Marcos Rivera, conocido como “El Chele Marcos”, carpintero, labrador, carretero, peón de carpintería y antisomocista como sus hijos. Su madre fue Virginia Quintero, administradora del hogar.
Tuvo además como madre de crianza a doña Fidelina Pérez de Rivera, madre del comandante Francisco Rivera, Filemón, Rosario y María Félix; y madre biológica de Onelia, Olga, Isabel y Alicia Rivera. Doña Fidelina falleció a los 89 años el 17 de agosto de 2014 en Estelí; su vela se realizó en su casa de habitación, ubicada a una cuadra al oeste del monumento Filemón Rivera.
Militancia sindical y política
Desde joven, Filemón se dedicó a la organización de sindicatos en Estelí, en la comarca de Nacascolo, en León y en Jinotega. En 1964 fundó la Juventud Socialista del Norte. Posteriormente, impulsó la formación de células campesinas y urbanas en Estelí y su periferia.
Entre 1965 y 1967 participó en los movimientos armados de Pancasán, liderados por Carlos Fonseca. En 1968 recibió el honor al mérito como primer comandante del FSLN, junto con José Benito Escobar.
La emboscada de Kuskawás
El 9 de septiembre de 1975 se produjo la emboscada en Kuskawás, dirigida por Edgar Munguía Álvarez. Participaron Víctor Tirado López, Filemón Rivera Quintero, Jacinto Hernández, Pedro Torres (hermano de doña Adelita Torres), Leónidas González, Serafín García, Víctor Urbina, Marlon Urbina, El Indio Emilio, Francisco Ramírez (Chico Garand), entre otros combatientes.
En esta acción, cayeron en combate doce guardias nacionales, y otros resultaron heridos. Estos fueron trasladados a la casa de Francisco Cruz, padre de Adela, y de Pedro Torres Cruz.
La muerte de Filemón Rivera
Cinco días después, el 13 de septiembre de 1975, Filemón cayó en combate en el Cerro Grande de Kuskawás.
Durante la retirada, los guerrilleros salieron en dos direcciones hacia el punto de reunión. Filemón, con los pies lastimados, se detuvo a descansar, se quitó las botas de hule y se recostó en una troja. Envió a su compañero Leónidas González donde una colaboradora para que le trajera pozol y café.
Al llegar, Leónidas se encontró con la tragedia: la hija pequeña de la colaboradora había muerto, y yacía tendida en una mesa. La mujer pidió a Filemón cincuenta córdobas para poder enterrarla. Filemón le entregó los únicos cincuenta córdobas que tenía. Ella, en un acto de entrega militante, prometió llevarle personalmente el café calientito, a pesar de su duelo.
De regreso, Leónidas se topó con una patrulla de la Guardia Nacional. Disparó con una Browning tres veces, matando al guardia que iba al frente. Sin embargo, la tropa lo superaba en número y continuó disparando hacia la posición de Filemón, quien no tuvo tiempo de ponerse las botas. La colaboradora, que en ese momento le pasaba el jarro de pozol, murió junto a él.
Según relató Leónidas, la Guardia disparó como si enfrentaran a un batallón entero, siendo más de cien efectivos. Los cerros retumbaban con los disparos, oyéndose a kilómetros a la redonda. La GN incendió el ranchito, dejando dentro el cadáver de la niña muerta. Posteriormente, el cuerpo de Filemón fue quemado junto al de una señora campesina asesinada y al de una joven previamente violada.
Testimonio del Comandante Francisco Rivera “El Zorro”
Francisco Rivera, hermano de Filemón, dejó un testimonio extenso y sentido sobre su vida y carácter. Lo citamos íntegramente:
“Mi hermano Filemón Rivera fue un hombre singular (…) Era un muchacho serio, callado y reservado en su conducta, dedicado con empeño a su trabajo. Muy parecido a mí en lo físico, sólo que más moreno, más bajo de estatura, más delgado, más con las facciones indígenas de mi mamá, aunque tenía los mismos ojos amarillos de gato, que los dos sacamos de mi padre (…).
Por su esfuerzo, por su sacrifico, mis hermanas y yo tuvimos la oportunidad de ir a la escuela, porque él era quien sufragaba los gastos, ayudándole siempre a mi mamá (…).
Aparte de las características que ya he mencionado, digo que mi hermano era muy humilde y servicial, muy cariñoso, y en esto también se parecía a mi mamá, amigo de todo el mundo, desprendido. Ocurría que, si algún domingo salía con una buena mudada, unos zapatos nuevos, y se encontraba en el parque, o en la calle a alguien al que veía facha miserable, sin que le pidieran nada, se quitaba la camisa, los zapatos, se los daba al otro, y él se ponía lo que fuera. Volvía a la casa, y mi mamá, extrañada, le preguntaba: – Bueno, ¿y tu camisa, y los zapatos bonitos? – Se los regalé a un compañero – contestaba, sin querer hablar más del asunto (…).
Un líder natural de los trabajadores desde chavalo, desde el tiempo que fajinaba en los plantíos de tabaco, su primer oficio. Los campesinos y los obreros agrícolas lo buscaban para que fuera a resolverles conflictos; y si algún patrón no quería pagar lo justo, cancelar una semana de salario, reconocer las prestaciones, allá iba Filemón Rivera. Se presentaba al juzgado, en el Palacio Departamental, y se metía a discutir con el juez, a reclamar. Y aunque la mayor parte de las veces salía corrido, y amenazado, junto al trabajador, en otras ocasiones el juez no tenía más remedio que citar al patrón. Aquello, era un triunfo (…).
A mi hermano empezó a culparlo la guardia de todos los conflictos que ocurrían en Estelí, y los patronos lo acusaban constantemente de comunista y de agitador, siendo apresado varias veces por causa de estos señalamientos. Pero lo que no sabían, ni yo tampoco, es que desde 1961 ya se había integrado a las filas del Frente Sandinista, para los primeros tiempos de la organización (…).
Entonces, Filemón y otros militantes de esa época en que el Frente Sandinista no era casi nada, apenas unos cuantos testarudos decididos a todo, hacían el papel de predicadores (…) Empezaban por hablar de cualquier carambada, del cielo, de la lluvia, de la luna llena y del sol, ganándose primero cariño y confianza, con el tiento de no menospreciar, de no faltar el respeto, de no lastimar. Y nunca se cansaban de responder a las preguntas y así irles explicando poco a poco a quienes las oían, lo que eran y por qué estaban jodidos, y después, con la revolución, iban a ser.
Y desapareció por fin Filemón para pasar a la clandestinidad, en el año de 1965, y fue asumiendo responsabilidades cada vez más importantes hasta alcanzar la posición de miembro suplente de la Dirección Nacional. Subía la montaña, bajaba a la ciudad, aparecía en Estelí, salía al extranjero, volvía a entrar al país por veredas. Tres veces se presentó a Matagalpa. A la casa de mi tía, para visitar a mi mamá enferma.
Después cayó preso en 1969 y al quedar libre, fue trasladado a la zona rural norte de León, y estuvo también en El Viejo, en el departamento de Chinandega (…).
En el año 1967, Filemón estaba ya en el frente guerrillero de Pancasán, junto con Fausto Heriberto García y Froylán Cruz, dos de sus inseparables. Ese mismo año fue que Fausto Heriberto cayó combatiendo con la guardia allí en Pancasán, y Froylán, afectado por problemas de salud, tuvo que ser bajado de la montaña, muriendo posteriormente en Estelí.
El núcleo guerrillero de Pancasán tampoco llegó a prosperar en términos militares, pero representó un gran avance para el Frente Sandinista, porque ayudó a definir el camino de la lucha armada como el único posible para la liberación de Nicaragua, en contra de las ambiciones electoreras de los oligarcas conservadores, representados en ese entonces por Fernando Agüero.
Filemón actuó en Pancasán como instructor militar, enseñando a los combatientes el arme y desarme del fusil Garand y otros equipos de guerra. Polo Rivas me decía que todo lo básico que él aprendió sobre armas, se lo enseñó Filemón.
En 1969 cayó preso (…) Año y medio pasó preso en Managua y mi papá iba a verlo religiosamente a la cárcel cada vez que tocaba visita (…). En marzo hubo un movimiento huelguístico por los presos políticos, y entonces lo sacaron, y sacaron también a Germán Pomares (El Danto), y a Doris Tijerino, que había sido capturada en Managua, en la casa donde cayó Julio Buitrago. Mi papá lo fue a traer, y volvió con él a Estelí (…).
Cerca de dos meses estuvo en Estelí, dedicando a incorporar nueva gente, a visitar a viejos colaboradores (…). En una de esas muchas pláticas que tuvimos, me advirtió que pronto se iría de nuevo, porque mientras sus compañeros estaban sufriendo toda clase de penurias en la clandestinidad y en la montaña, él no podía quedarse tranquilo en Estelí. Su deber de militante era regresar a la lucha. Yo estaba claro que en cualquier momento se iba, pero cuando desapareció de la casa, no me avisó, y yo todavía tenía algo muy importante que decirle. Por eso fue que dediqué a buscarlo desesperadamente, antes de que saliera de Estelí (…) y al fin lo encontré. Y entonces le dije lo que tenía que decirle, que yo también quería irme clandestino.
– No jodás – me respondió; ¿Y vos creés que este es asunto de chigüines? Estas son cosas de hombres hechos y derechos.
Yo no había cumplido todavía los diecisiete años. Pero como le seguí insistiendo, al fin reflexionó, viendo ya que yo no iba a ceder en mi idea.
– ¿Ya lo pensaste bien? – me preguntó.
– Tengo años de estarlo pensando – le dije – yo necesito irme.
– Está bien – aceptó al fin – Yo lo voy a plantear. No van a estar de acuerdo, pero lo voy a plantear.
Nos despedimos, era el mes de mayo. Y así, débil de los pulmones y medio ciego, desapareció otra vez. Estuvo en León, donde le dieron atención médica, y luego fue que se quedó en la zona rural de occidente, principalmente El Viejo. Yo me pasé varios meses aguardando sus noticias. Y en abril de 1972, y llegó al fin el aviso. Que me fuera. Que me esperaban.
Me dice René Núñez que en noviembre de ese mismo año regresó a Estelí, pero yo no lo vi más. Fue hasta el mes de junio de 1973 que volvimos a encontrarnos en La Tronca, cerca de La Dalia, en la zona rural norte de Matagalpa. Yo acababa de volver de Cuba, después de cumplir mi entrenamiento guerrillero, y fui enviado en mi primera misión a la montaña, a dejarle a Henry Ruiz (Modesto) una correspondencia de los compañeros de la Dirección Nacional, que estaba reunida por esos días en Nandaime. Junto con la correspondencia, le llevaba a Modesto un billete de quinientos córdobas, metidos en una bolsa de azúcar de cinco libras. Y allí, en el campamento, hallé a Filemón.
Después, cada uno dedicado a su trabajo guerrillero, nos encontramos unas tres veces más, cuando había reuniones en las que debíamos participar los dos. Modesto había subido a Iyas, en calidad de jefe de la Brigada Pablo Úbeda, y él se quedó con la escuadra de Víctor Tirado López en Matagalpa. Entre Pancasán y Kuskawás, Filemón y Jacinto Hernández eran los lugartenientes de El Viejo Tirado López, uña y carne los tres.
Hasta que un 13 de septiembre de 1975, cayó en combate en Cerro Grande de Kuskawás. Defendiendo la retirada de los demás compañeros con una carabina San Cristóbal, de fabricación dominicana. Los guardias le prendieron fuego a su cadáver, en una sola pira junto con otros dos cadáveres, el de una señora a la que sacaron de un rancho para asesinarla y el de una muchachita campesina, a la que habían violado antes de matarla.
Ese fue mi hermano, Filemón Rivera.”
La vida y el sacrificio de Filemón Rivera Quintero lo consagran como un ejemplo de entrega revolucionaria, líder natural de trabajadores y campesinos, y combatiente sandinista que ofrendó su vida por la liberación de Nicaragua.