Casimiro Sotelo, nacido el 14 de noviembre de 1944 en Managua, se destacó desde joven como un ferviente opositor a la dictadura somocista y como defensor de la educación y la justicia social. Involucrado en los movimientos estudiantiles, se convirtió en un símbolo de la juventud que anhelaba cambios profundos en Nicaragua.
Fue electo como Secretario de Relaciones Públicas del Centro Estudiantil Universitario (CEUUCA) y, más tarde, como Secretario General del Frente Estudiantil Revolucionario (FER) en la universidad que hoy lleva su nombre.
Organizó protestas y promovió la conciencia política entre los jóvenes. Su liderazgo fue crucial para consolidar el movimiento estudiantil como un pilar de la resistencia contra la opresión somocista.
Durante su tiempo en el FER, Sotelo mostró un compromiso inquebrantable con los ideales de libertad y justicia, abrazando la causa del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en su lucha contra Somoza.
Su activismo incluyó actos de audacia, como cuando increpó públicamente a Somoza, exigiéndole que revelara el paradero de los restos del general Augusto C. Sandino. Este acto de valentía simbolizó su papel como agitador social y líder rebelde, dispuesto a enfrentar la represión para mantener vivo el ideal de una Nicaragua libre.
En 1967, fue capturado junto a sus compañeros Hugo Medina, Roberto Amaya y Edmundo Pérez, y ejecutado el 4 de noviembre por la Guardia Somocista, que trató de sembrar el terror entre los jóvenes revolucionarios a través de su asesinato.
El impacto de su muerte resonó profundamente en la lucha revolucionaria, convirtiendo a Casimiro en un mártir y un símbolo de sacrificio para la juventud nicaragüense.
Aun así, el sacrificio de Casimiro y de otros estudiantes no fue en vano, ya que sus acciones y su valentía continuaron inspirando a nuevas generaciones a luchar por la justicia y la libertad en el país.
Sotelo no sólo fue un líder en el movimiento estudiantil, sino también un promotor de la conciencia social y política en un contexto de clandestinidad y represión. Su valentía se reflejó en múltiples protestas donde él y otros jóvenes arriesgaron sus vidas para cuestionar el somocismo.
La educación y el activismo fueron las herramientas que utilizó para impulsar la resistencia, dejando un legado educativo y revolucionario que aún se valora en la Nicaragua actual.
A 57 años de su asesinato, su memoria sigue viva como un ejemplo de compromiso, valor y amor por la libertad.