
Pascual Rigoberto López Pérez (1929–1956) nació en León, en el seno de una familia humilde formada por Soledad López y Francisco Pérez. Desde joven mostró sensibilidad artística y compromiso político. Militó en el Partido Liberal Independiente (PLI), organización formada por disidentes del somocismo, donde lo influyó José Constantino González, antiguo secretario del general Augusto C. Sandino.
La tiranía desde 1937
Desde 1937, Anastasio Somoza García había gobernado Nicaragua con el respaldo de Estados Unidos y el control absoluto de la Guardia Nacional, que él mismo dirigía. Bajo su mandato, Nicaragua vivió una de las etapas más duras de represión política en América Latina: opositores encarcelados, torturados o desaparecidos; una prensa amordazada y un pueblo sumido en la pobreza, mientras la familia Somoza amasaba una de las fortunas más grandes del continente.
El dictador había llegado al poder tras ordenar en 1934 el asesinato del general Augusto C. Sandino, símbolo de la resistencia nacional contra la intervención estadounidense. Desde entonces, consolidó un régimen personalista basado en el miedo y la violencia. El analfabetismo superaba el 50 %, la tierra estaba concentrada en pocas manos y la Guardia Nacional actuaba como un ejército privado al servicio de los Somoza.
En 1954, un grupo de jóvenes opositores, entre ellos Adolfo y Luis Báez Bone, intentaron emboscar a Somoza. Fueron capturados y ejecutados por la Guardia Nacional. Aquella masacre marcó profundamente a Rigoberto López Pérez, convencido de que ningún método pacífico lograría desmontar la tiranía.
El plan
El 17 de septiembre de 1956 llegó a Managua con su decisión tomada. Cuatro días después pasó la tarde con su madre y le entregó una carta de despedida donde escribió que su acción sería “el principio del fin de la tiranía”. Esa noche se infiltró en la fiesta que se celebraba en la Casa del Obrero de León, a la que asistía el dictador.
Con un revólver calibre 38, el joven poeta de 27 años disparó cinco veces, alcanzando a Somoza en el pecho. Los escoltas respondieron con 54 balas que acabaron con la vida de Rigoberto en el acto. Somoza agonizó ocho días más en un hospital militar estadounidense, hasta morir el 29 de septiembre de 1956.
La represión
Tras el ajusticiamiento, la Guardia Nacional arrestó a la madre y hermanos de Rigoberto y emprendió una ola de redadas, torturas y asesinatos contra opositores. Su cuerpo fue enterrado en secreto en Managua para evitar que su tumba se convirtiera en símbolo de resistencia.
El legado
La acción de Rigoberto conmocionó a Nicaragua. Aunque la dinastía somocista continuó bajo sus hijos, el gesto del poeta quedó grabado como el inicio del fin de la tiranía. Su ejemplo inspiró a nuevas generaciones que culminaron la lucha en 1979 con la victoria de la Revolución Sandinista.
El 21 de septiembre de 1981, la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional le otorgó oficialmente el título de Héroe Nacional de Nicaragua.
Carta testamento de Rigoberto López Pérez a su madre
San Salvador, Septiembre 4 de 1956
Señora Soledad López
León, Nicaragua
Mi querida madre:
Aunque usted nunca lo ha sabido, yo siempre he andado tomando parte en todo lo que se refiere a atacar al régimen funesto de nuestra patria y en vista de que todos los esfuerzos han sido inútiles para tratar de lograr que Nicaragua vuelva a ser (o sea por primera vez) una patria libre, sin afrenta y sin mancha, he decidido, aunque mis compañeros no querían aceptarlo, tratar de ser yo el que inicie el principio del fin de esa tiranía.
Si Dios quiere que perezca en mi intento, no quiero que se culpe a nadie absolutamente, pues todo ha sido decisión mía.
Con todo el amor de hijo me despido de usted, esperando que Dios la tenga con salud y resignación, pues yo ya estoy decidido.
Me despido de todos mis hermanos y le dejo a usted el cuidado de mis sobrinos, en especial de Rigo.
Su hijo,
Rigoberto López Pérez.
De Leonel Rugama a Rigoberto López Pérez
“Rigoberto López Pérez
jugó hasta las seis de la tarde
y cuando se fue
limpiando la cara con un pañuelo
y las muchachas le hablaron para que continuara jugando
él dijo:
‘tengo que ir a hacer un volado’.”
Leonel Rugama